Es 7 de septiembre, el curso empieza la semana que viene, y como casi todos los años anteriores, desde 2004 que entré en la docencia, no sé de que voy a dar clase.

Me asignaron una plaza provisional en julio, y con una ilusión temeraria, hice planes para este curso. Durante todo agosto fui escribiendo mi hoja de ruta aunque tuve la prudencia de no publicarla. Ayer me adjudicaron la plaza definitiva en otro centro distinto al de julio y tuve el tiempo justo tras la notificación de asistir al claustro y a la reunión para reparto de horarios. Allí me dijeron que había habido un error, que no hay había horas para mí y me invitaron amablemente a irme.

Hoy, como cada septiembre, he pasado la mañana en la DAT de Madrid Capital dónde año tras año, me recibieron con mala educación, malos modales y nula empatía. Como al centenar de profesores que hacíamos cola allí en similares circunstancias, claro. Un año más. Allí me ladraron que la plaza sí existía, que el error era del centro, que a otro profesor le habían confirmado una comisión de servicio y que por lo tanto allí debía volver, aunque no hubiera podido participar en la reunión, ni tenido la posiblidad de elegir un horario. Después de toda una mañana llamando al centro, cuyo teléfono solo funciona a ratos, conseguí hablar con ellos a última hora de la mañana. Al parecer estaban muy ocupados y hasta el lunes no podrían atenderme. El martes empiezan las clases.

 

No podré preparar nada. En la familia de Electrónica estamos habilitados para dar módulos dispares: desde programación en C a Equipos de imagen, Equipos informáticos, Equipos de sonido, Telefonía, Ofimática… etc.  Y no tendré ni dos días, ya no para planificar los contenidos, si no siquiera para ojearlos.

 

El año pasado me obligaron a una jornada compartida entre dos centros y en uno de ellos incluso tuve que impartir una especialidad distinta a la mía. En el otro, un módulo complejo que no había dado antes, solo estudiado hace años para la oposición. Me pasé todo el año corriendo entre los centros, de punta a punta de Madrid, sacrificando mi vida personal para además estudiar los módulos que no conocía y hacer un trabajo digno.

 

Siempre lo he hecho, independientemente de las circunstancias (director denunciado por acoso, jornada compartida, nocturnos, PCPI, otra especialidad…). Nada hasta ahora me había acabado con el amor propio que me empujaba a trabajar bien, porque los alumnos eran lo primero.

 

Esos alumnos y sus familias que brillaron por su ausencia en las movilizaciones del curso pasado. Esos que nunca protestan porque la calidad de la enseñanza pública sea cada vez peor, esos que no saben que las clases no son gratis y que el que te toque un profesor que no conoce la asignatura no debería ser normal.

 

El lunes probablemente me encuentre con ese horario hecho con lo que nadie quería, mañana y tarde, cualquier módulo. En nuestra carrera profesional, para saber quien elegirá centro, o módulo, para saber la bondad del horario de cada profesor, solo tienes que calcular la edad de los presentes. A más viejo, más méritos, no importa como trabaje, como se esfuerce, como cumpla. No importa su currículum, ni sus circunstancias personales siquiera. A más años con el culo en la silla, más méritos.

 

Por fin me ha calado que nada de lo que haga (salvo envejecer) cambiará mi condición de funcionaria en expectativa y última de la fila. No tendré ni siquiera el privilegio de poder hacer mi trabajo dignamente. No tengo ningún derecho en este sistema en el que «calidad educativa» es solo una expresión rimbombante y vacía. Nunca impartiré el mismo módulo dos años seguidos, nunca me dejarán especializarme en nada, nunca tendré la tranquilidad de ir construyendo sobre los años anteriores, nunca podré reutilizar ni mejorar el material que creo y comparto cada curso.

Por fin me ha calado que da igual que me mate a trabajar o que me escaquee, nada me librará de estos septiembres de ansiedad, de cancelar cursos a los que ya no podré asistir, de cambiar de médico, de no poder matricularme en la Universidad. Siempre pendiente del turno que me den y que nunca es compatible con formación ni con la vida familiar o social.

 

Así que, nunca creí que diría esto, pero me rindo. Ya no voy a estirar el chicle más. ¿Motivar a los alumnos?¿Uso de las TIC?¿Trabajo por proyecto? No, me temo que con estas condiciones y sobre todo con estas expectativas laborales, ya solo doy para libro de texto y exámenes, a esperar que el año pase rápido y que en la tómbola del año que viene haya más suerte.

 

Y a buscar otro trabajo, claro.