En busca de Sócrates es el nombre de una asignatura que diseñó e impartió Don Finkel y que ilustra el método del seminario de alumnos en su imprescindible libro Dar clase con la boca cerrada. La idea es que los estudiantes aprendan discutiendo un tema entre ellos, sin necesidad de que un experto se lo explique.

¿Puede un grupo de alumnos ignorantes (cita textual)  aprender algo discutiendo un libro que ninguno de ellos comprende por si solo?¿No se trata de ciegos guiando a ciegos? Sócrates llama a esto "la paradoja del polemista". Si soy ignorante, ¿de que forma debo buscar el conocimiento que necesito? Pues hay dos opciones: la indagación propia y el recurso al experto, el preguntar a alguien que sepa. Pero ¿cómo aprendió el experto? Indagando.

Perdonadme lo escatológico de la metáfora, pero ¿no se abusa del conocimiento regurcitado por el profesor en clase? ¿Qué se puede esperar de alumnos acostumbrados a alimentarse de lo que investiga y razona otro, una autoridad? Adultos dependientes, sin criterio ni recursos propios. Desde luego no es el sustrato para que florezca la innovación y el juicio crítico.

El libro de Don Finkel plantea numerosas formas de dar clase con la boca cerrada. Basándome en el capítulo Dejar que hablen los estudiantes he preparado una actividad en la que ciegos guían a ciegos y el resultado ha sido fantástico. La tarea es algo así: elige los componentes para un PC destinado a un estudio de arquitectura. En una primera parte cada alumno trabaja individualmente preparando su ordenador perfecto. Lo curioso es que les ofrecí hacerlo por parejas, método que generalmente prefieren porque implica menos trabajo, pero en esta ocasión decidieron hacerlo independientemente, en sus palabras "porque es chulo y me apetece hacerlo a mi manera". Es decir, preveían que trabajar en grupo implicaría debatir, ceder, discutir… y no les apetecía. Genial (ese era el plan).

En la segunda parte escogí cuatro trabajos individuales y les propuse centrarse en uno de ellos, exprimirlo, sacarle todos los fallos y mejoras posibles al equipo configurado por otro. Cada argumento justificado suponía un punto más en la nota inicial obtenida en la primera parte (Ver Tarea en el aula virtual).

Resultado: los alumnos conocen el tema bastante bien antes de examinar el PC del compañero, ellos también lo han razonado antes y en realidad ahora comparan su criterio con el de otro y sacan conclusiones. Primero se detectan y exhiben los defectos del otro. Y después, más sutilmente, empiezan a preguntar si pueden volver a entregarme la primera parte, la configuración de su propio equipo. Es decir, han visto las posibles mejoras a su trabajo.

Uno de los beneficios colaterales de los semiarios de alumnos son las dudas no resueltas. Hay puntos en los que unos no se pueden rebatir o contestar a otros. Ahí puede intervenir el experto (en este caso yo) o se puede aprovechar la ocasión para hacerles otra propuesta de indagación para casa. En nuestro caso salieron cuestiones interesantes en torno a la tarjeta gráfica.

Dar clase con la boca cerrada es muy cansado, no creáis que es la alternativa fácil a una clase magistral centrada en la narración del experto. Exige menos saliva pero mucho más entusiasmo. El primer día de debate/discusión, un viernes a las 8 de la tarde de un día con pocas horas de clase, fue estupendo. El lunes siguiente, a las 3:15, con el sol pegando fuerte en esta pre-primavera y con pocas ganas de trabajar de ninguno de los presentes, incluida yo, que estaba muy cansada después de dedicar toda la mañana a corregir tareas y preparar clases, la necesidad de dinamismo de la actividad pesaba como una losa. Con horarios lectivos cada vez más saturados siento que se aleja la posibilidad de dar clase con la boca cerrada. ¿Ganarán la batalla los que quieren por todos los medios rebajar la calidad de la Educación Pública?